Había una vez en un país remoto una mujer que se llamaba Heroína. Una tarde soleada salió a pasear bajo los guayacanes, al pisar las hojas secas y las flores que caían, sus sandalias les arrancaban leves crujidos. La brisa que venía del mar lejano le acariciaba el cabello y los hombros desnudos. Heroína añoraba besos y abrazos –una sonrisa se dibujaba en su rostro–. Caminó bajo una ceiba enorme que perdía sus hojas por puñados y que desprendía unas motas blandas, Heroína las recogió y encontró un diminuto grano oscuro y duro. Ella quería ser etérea, no existir, para volar como ese grano de árbol, así que dijo:
- Dentro de ti se encuentra ese árbol enorme -y se tragó la semilla.
En su camino topó con un hombre bello y deseable. Se llamaba Único y pensaba que el mundo giraba a su merced y dignísima disposición. Conversaron largo rato, a Heroína le encantaba hablar de temas profundos y Único no deseaba quedarse atrás.
Caminaron juntos y luego ella se marchó a su torre de cristal donde vivía tranquila y sola. A los pocos días recibió una paloma mensajera con un anuncio de Único quien deseaba verla de nuevo.
Heroína, que esa mañana se dedicaba a juntar letras y a contar flores se dijo:
- ¿Qué más da?
Le devolvió la paloma con una nota en la que le prometía que lo vería al atardecer, bajo la ceiba.
Ese atardecer Único y Heroína contaron estrellas y cortaron azahares.
Sintieron que la vida los recompensaba al caminar bajo la luna.
Se besaron con dulzura y durmieron una siesta bajo los guayacanes, desnudos…
Pasaron los días y el intercambio de cartas entre Único y Heroína creció.
Se veían algunas tardes, conversaban y comían frutas.
Una vez compartieron una madrugada de suspiros anhelantes.
De repente a Único empezó a crecerle el pecho: primero era un grano diminuto que poco a poco tomó la forma de un seno de mujer. Esto lo perturbó y llamó a Sandro –sabio en vidas y muertes-.
- ¿A quién estás frecuentando?
Único expresó su verdad:
- Veo a muchas mujeres, algunas para intercambios sexuales, otras robarles sus réditos y otras que ni siquiera me importan.
-Tal vez aquí está la explicación: no crees en el amor -dijo Sandro-. ¿Alguna madrugada compartida?
Único recordó aquella vez que estuvo con Heroína y sonrió.
Sí –dijo–. No tuve la precaución de cuidarme como me previniste, recibí una bebida de manos de mujer.
Sandro lo miró y le dijo:
- Es probable que esa mujer te hiciera un conjuro. Debes contactarla pronto.
Único escribió a Heroína sin recibir respuestas durante dos semanas. Su seno seguía creciendo, estaba en el centro de su pecho y hacía que respirara con dificultad. Además sentía muchos deseos de salir volando, perderse en el infinito, irse, no estar.
Heroína aceptó ver a Único un atardecer, bajo la ceiba. Él llegó ansioso y se sentó en la hierba a esperar. Los guayacanes tenían muchas hojas verdes. Heroína caminó hacia Único con una sonrisa entre su cabello suelto.
- Heroína ¿qué me hiciste aquella madrugada?
Ella lo miró a los ojos.
- Nada diferente a lo que tú hiciste conmigo. Un poco de mi esencia. Ahora solo queda soñar en desaparecer.
Se abrazaron y del pecho de Único nació una ceiba, primero una rama y luego salieron otras: era una ceiba en miniatura, la ceiba grande elevó sus raíces hacia la pequeña, la llevó a sus pies y la sembró allí en la tierra.
Único lloró porque no quería –a pesar de todo– separarse de su hija. Heroína lo miró, se dieron un beso suave y sus cuerpos se volvieron pequeños y duros y se metieron en la tierra, subieron por la savia hasta la ceiba y esperaron tres años a que la ceiba diera motas y así cumplir su sueño de desaparecer, de volar, de ser etéreos.
Martes 23 de marzo de 2010
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¡Que rico verte!
Escribe, me encanta saber qué opinas de esta página.
Penélope