miércoles, septiembre 03, 2008

Destino



Facundo miró al cielo con desconfianza. Allí se remontaba la luna gorda con su cortejo de estrellas. Al menos la Josefa dormía bien arropada a salvo de aquella amenaza ancestral. Pensaba con tedio en el domingo, iría con su potrillo por el afluente del Barbacoa al pueblo, todos se reunían allí a la hora de la misa; aunque era un renegado y no iba casi nunca, en ese momento crucial necesitaba ayuda para la Josefa, pronto nacería su séptimo crío y el nuevo médico era el indicado, pero, ¿cómo se llamaba? ¡Ah!, sí, rarísimo, casi no lo aprende: “Dotó ojtetra”, se lo repitió con mucho cuidado su comadre Juana, la partera, el niño venía con complicación. Traería también unos encargos para la familia y la crema yodada para su dolor de espaldas, que ya era insoportable al inclinarse a recoger la red. A sus cincuenta y cuatro años ya se sentía viejo y cansado. A veces quería dejarse llevar por el buque fantasma, desaparecer, no ser nada.

Escrito en febrero de 2001

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Penélope