"Cuando se dio cuenta de que la naturaleza de un hombre cualquiera saciaría su deseo, sintió compasión. Extraña compasión, que se dirigía a quien fuera que fuese el escogido. Ya que competía al hombre sucumbir ante las propuestas, sin derecho a rechazarlas"… Sabía de memoria ese texto de Nélida Piñón, lo repetía como un sortilegio antes de salir de cacería.
Cuando asechas al amor caminas con pasos inseguros por un sendero desconocido. El asombro es tu guía, ¿Cuántas veces quisiste acercarte a él antes de ese deslumbramiento? Sentir el suave calor del contacto de su mano en tu mano. La maravilla de la anunciación:
- Eres el elegido. Ahora disfruta.
¿Cuánto tiempo dura esa sensación? Solo un instante. ¡Al evocarlo en tu mente se despliegan tantos momentos imaginados, vividos, reales, irreales, soñados!
El suave toque de su dedo rozando apenas tu vello. La sensación de sonrojo, el deseo disimulado. El adormecimiento de tus labios, el dulce flujo que empiezas a verter. La fiebre que se desprende de tus entrañas. Cuando se acercó por primera vez y te miró a la cara, creíste que su aliento se confundía con el tuyo en muchos abrazos apretados. El brillo de sus ojos al chocar con el de tus ojos era la sensación de un orgasmo fugaz. Era como si te entregaras a esa pasión que se reconocía en la distancia. La primera mirada. Es allí donde tienes la certeza: si los dos se meten en la cama habrá llamas y gemidos:
- Será un placer seguirte, será un placer sentirte cerca. Y él decía tu nombre con tono apasionado:
- Laura, Laura, Laura...
Como experta cazadora -antes de las primeras caricias- sé cuál es el hombre indicado. Tengo una indecible vocación de deseante. De estar disponible para el azar del encuentro. Para gozar del placer de la lujuria. Elijo un hombre, le sonrío, le hablo, lo miro y lo toco. No tiene opción, estará a mi merced como pieza propicia para el sacrificio. Allí me detendré, beberé de esas aguas, me dejaré empapar y luego volaré.
Recuerdo cuando conocí a Paulus, era jueves. El hombre estaba allí, frente a mí. No sabía de mis intenciones, no sospechaba siquiera, pero yo tenía dispuestas mis armas de seducción. Esa mañana al levantarme me dije: Hoy saldré de cacería. Tomé un baño con hierbas aromáticas y miel para endulzar el camino.
Revisé el periódico y el Internet en busca de sujetos: festival de cine, congreso de ginecólogos, reunión de periodistas y también una semana de conciertos. Escogí la reunión. Los ginecólogos están descartados - ya nada los seduce-. Al cine casi siempre se va en pareja. El concierto era en la noche. Revisé bien los nombres, que no estuviera entre ellos una antigua víctima.
El segundo conferencista era alto, bien formado, edad adecuada, buena resistencia en la cama, pensé. En la ronda de preguntas me miró, ¿era el brillo esperado? Mi corazón de cazadora estaba a la expectativa. En la pausa del café se enredó en amena charla con nuestro mejor periodista gay. Descartado.
Me enfilé hacia el concierto. Había un chelista, Paulus, tocaba al día siguiente. Era atractivo en las fotografías. No sabía nada de él. Al llegar al teatro encontré a mi ex novio Ramiro. Un tipo espanta suerte. Siempre que me topo con él se queda a mi lado para cuidarme el ala. Me lleva a mi casa y me deja a la puerta sin un solo beso. Es un egoísta, se asegura de que pase la noche sola. Se acercó con una sonrisa de su boca que yo adoré, pero que en ese momento no brillaba para mí.
- Hola, Laura, sabía que vendrías.
Engreído, como si el concertino fuera él. Salí corriendo y entré al teatro.
Busqué un lugar adecuado, dejé mi agenda y me dirigí al baño. Repasé el maquillaje, guardé los calzones en mi bolso y me hice un masaje con hierbas aromáticas y aceite en muslos y nalgas. Salí muy segura: vestía una falda ancha, blusa de seda, medias de malla, tacones altos y un liguero de encaje.
Vi a Ramiro, ¡lejos! Delante de mi lugar se había sentado un hombre. Le dije con voz exasperada:
- Señor, hay ciento treinta y ocho sillas libres ¿Por qué se hace justo delante de mí? Me tapa el piano.
Él volteó, sorprendido, y me dijo:
- No la había visto, disculpe, ¿Puedo sentarme a su lado?
Era Paulus. Lo miré con una ensayada sonrisa y empecé a repetir en mi cabeza: "Cuando se dio cuenta de que la naturaleza de un hombre cualquiera saciaría su deseo, sintió compasión."
Autora: Ana María Gómez Vélez
Publicado en el libro Antología de cuentos. Talleres literarios 2010. Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa. marzo 2011, Medellín, Colombia.
lindo!! felicitaciones
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